Desde finales de los años cincuenta del siglo pasado distintos analistas y agencias públicas están llamando la atención sobre la importancia de las percepciones de la ciencia por el público y, en paralelo, sobre la trascendencia de las políticas públicas para su promoción, así como sobre el papel fundamental de la comunidad científica en la transmisión de la ciencia a la sociedad. Más hoy que nunca, la ciencia y la investigación se hace imprescindible con la actual situación sanitaria en todo el mundo.
En esa preocupación por mejorar las interacciones ciencia-sociedad convergen varios supuestos. El fundamental es que conforme las sociedades avanzadas se hacen más intensivas en conocimiento de base científica se requiere no sólo un flujo creciente de científicos y tecnólogos (personal dedicado a tareas de I+D y a otras funciones de análisis), sino también una población en sintonía con la imagen científica del mundo natural y social y con los modos de adquirir, contrastar y crear ese conocimiento.
Una población ayuna de conocimiento científico, se supone, tomaría decisiones subóptimas en el plano personal (desde el ámbito del consumo al del cuidado de la salud o el desempeño en el contexto del trabajo), pero también en el cívico o colectivo a propósito de cuestiones en las que el conocimiento científico es un componente esencial (políticas medioambientales, energéticas, de salud pública, alimentarias y una larga serie en expansión permanente).
La participación del público en la orientación y contenido de muchas de las políticas características del nuevo siglo aconseja que haya alcanzado un cierto umbral de familiaridad con la ciencia contemporánea. Algunos fenómenos de resistencia social y de percepción del riesgo de determinados avances científicos o tecnológicos tienen una de sus bases explicativas en una notable distancia cognitiva respecto a la investigación científica y la estimación del riesgo por los expertos.
Es claro que una sociedad en la que la envolvente cultural general no incorpore como una dimensión central la ciencia, encontrará dificultades especiales para el desarrollo de la vocación científica, una de las más exigentes, imprescindibles y, paradójicamente, no adecuadamente retribuidas.
La ciencia es una herramienta absolutamente esencial para cualquier sociedad que tenga esperanzas de sobrevivir en el siglo XXI con sus valores fundamentales intactos. Y no sólo la ciencia entendida como actividad que practican los científicos, sino la ciencia entendida y abrazada por el conjunto de la comunidad. Y si los científicos no logran que esto ocurra, ¿quién lo hará?
Al igual que la ciencia, para nosotros los humanos conocer el firmamento no ha sido sólo la sofisticada necesidad psicológica de dar respuesta a nuestros propios orígenes. A lo largo de la historia ha sido una necesidad mucho más primaria: el cielo es la fuente de vida y la esperanza de supervivencia. A lo largo de la historia ha sido una necesidad mucho más primaria: el cielo es la fuente de vida y la esperanza de supervivencia.