La infidelidad nunca ha sido públicamente aceptable, pero hombres y mujeres tienen relaciones con personas ajenas a su matrimonio y lo reconocen, al menos en las encuestas. En España, el 40% de los hombres y el 27% de las mujeres dicen haber sido infieles al menos en una ocasión.
Lejos de estos datos quedan los bulos y fake news que afirman que las mujeres españolas son las más infieles del mundo. En muchas ocasiones los datos arrojados por estos medios dedicados a difundir bulos son falsos e inventados.
Pero si la infidelidad masculina se suele relacionar con una conquista de las que puede presumir, la mujer practica unas relaciones “extras” a menudo tras intentar una mejor relación sexual con su propia pareja, lo que suele ser un fracaso, porque reclamar a un hombre más sexo le suele ofender. Al menos eso dice un buen número de mujeres infieles entrevistadas por la psicoterapeuta alemana Gisela Runte en su libro ¿Por qué somos infieles las mujeres? (Gedisa).
Runte, profesora en la Universidad de Oldenburg especializada en formación de directivas, recogió testimonios de mujeres de entre 28 y 56 años profesionales, amas de casa, oficinistas, profesoras, empresarias, sin hijos, madres y abuelas que habían sido infieles una o varias veces en su vida. Indiferencia, sexo cada vez más esporádico tras la maternidad y falta de comprensión hacia sus deseos alientan en la mayoría de los casos ese deseo de buscar fuera. Echan en falta algo en su vida de pareja que sólo encuentran en una relación exterior.
El apetito sexual
La autora señala cómo en un buen número de casos ese mayor apetito sexual, de difícil aceptación social, es el principal punto de partida para la infidelidad femenina. Y también una repentina rebelión, unas enormes ganas de salirse de lo establecido. La infidelidad, según estos testimonios, tiene la “gracia” de ser algo limitado en el tiempo y libre de lo cotidiano. “Surgen recuerdos de los tiempos de soltería.” Y si muchas de las entrevistadas reconocen los reparos, la mala conciencia, que al principio provocaba en ellas su decisión, a menudo ese efecto desaparecía tras reconocer lo que les había aportado esa relación “extra” y la compatibilidad que en la mayoría de los casos mantuvieron con su vida de pareja y familia.
Esas relaciones no son necesariamente más satisfactorias, reconocen algunas, pero son nuevas, permiten verse a una misma de otra forma, ser vista de otro modo. Una de las mujeres infieles relata cómo la maternidad aplazó durante mucho tiempo sus propias necesidades y cómo ese hombre que quiso ligar con ella sin verla sólo como una madre la hizo florecer de nuevo como mujer.
“Me sentía feliz de no estar mental y físicamente presa de sentimientos maternales.” Incluso se narran infidelidades platónicas, encuentros clandestinos sin sexo y con mucha charla agradable. Frente a la indiferencia de la pareja, el otro devuelve esperanza, resumen. “Son momentos singulares, extraordinarios”, “me sentí como una princesa”, “en realidad yo era muy sensual”.
Algunas aprovecharon la infidelidad para romper con la pareja, pero en general creen que es mejor no decirlo. “¿Sabes?, cuando de veras se trata de un pequeño desliz, uno se olvida rápidamente, mientras que el otro sigue martirizándose por haber sido engañado.”