La sensación de fundirse con las aguas del río sobre un kayak supera cualquier otra forma de deporte fluvial. El kayak implica más atención, más control y, sobre todo, va más allá de las explosiones desenfrenadas de adrenalina que provocan otros deportes como el rafting, con el que poco tiene que ver. Y es que ningún piragüista rema sin ton ni son a las órdenes del guía-instructor, chocando con olas y esquivando rocas sin conocer las corrientes y los secretos del río.
El kayak exige tomar decisiones propias, estudiar el río con frialdad y tener buenos reflejos. Explicado así, puede parecer muy complejo, y de hecho no es fácil. Ahí reside, precisamente, uno de los mayores atractivos del kayak de río, cuyo disfrute comienza con la instrucción en los cursos de iniciación. “¿Y cómo sé que me va a gustar?”, se preguntarán algunos. La solución es muy sencilla: se llama open kayak –kayak abierto– o sit on top –sentado encima– y es una embarcación muy estable y manejable.
Como su nombre indica, el kayakista no va sentado dentro de la piragua, sino encima, con lo que en caso de vuelco no queda atrapado. El open kayak permite sentir la fuerza del río y realizar maniobras imposibles con otras embarcaciones, como superar rápidos, hacer paradas en los márgenes, ir contracorriente, etc. Prácticamente, el open kayak permite hacer lo mismo que con un kayak cerrado, pero sin necesidad de hacer cursos de iniciación.
No hay que confundir el open kayak con las canoas rígidas que se pueden alquilar en muchos ríos españoles, el Sella, en Asturias, por ejemplo.
El open kayak es un invento de origen norteamericano. Tiene el casco abierto, es muy estable y va equipado con unas cintas que sirven para equilibrarse con las rodillas, tal y como se hace en los kayaks cerrados.
También lleva una plataforma, en la que se apoyan los pies, ajustable a la talla del piragüista. Todo ello sirve para lograr el mismo tipo de navegación y maniobrabilidad del kayak cerrado. Lo último en los EE UU es una versión hinchable y plegable de open kayak.
Una vez fuera del río, se deshincha, se pliega y se guarda en el maletero del coche. Una solución más que práctica para los problemas de espacio que implican estos “juguetitos”.