Casi treinta años después de la cumbre sobre medio ambiente en Río de Janeiro (1992) y las más recientes (las de París y Chile), los avances han sido tímidos. En cada reunión sobre el clima, se vuelve a tomar el pulso al planeta y a la voluntad de los países para reformar un modelo de consumo y desarrollo con fecha de caducidad.
Crecimiento urbano imparable
Cada 15 años se añaden 1.000 millones de personas a la población del mundo dentro de una tendencia general de concentración demográfica en las grandes ciudades. Pero la transición de una sociedad rural tradicional a una sociedad moderna, urbana y de clase media resulta frecuentemente traumática.
Muchas de estas grandes ciudades de los países en desarrollo no tienen cubiertas sus necesidades básicas de alimentos, agua, sanidad o educación, que deben ser la máxima prioridad para los gobiernos.
Las ciudades europeas –sobre todo la vieja Alemania del Este y el Reino Unido– han logrado reducir la contaminación atmosférica, en gran medida con la introducción del gas natural, y sanean sus aguas residuales. Los urbanistas, mientras tanto, elogian el modelo de urbanismo mediterráneo de ciudad compacta y multifuncional frente a un modelo urbano americano de crecimiento en forma de mancha de aceite que multiplica los desplazamientos en vehículos individuales y crea ciudades sin núcleo vital.
Agua, la vida del planeta
1.100 millones de personas carecen de agua potable y otros 2.400 millones no disponen de servicios de alcantarillado hoy. La consecuencia es la alta incidencia de dolencias originadas por la contaminación en el Tercer Mundo, donde entre 14.000 y 30.000 personas mueren diariamente por enfermedades causadas por el agua.
Además, un 10% de la producción de cereales del planeta se consigue con agua de pozos que se extrae a un ritmo superior a la capacidad de regeneración.
Pero la nueva cultura del agua llama a la puerta, al menos en los países desarrollados. Los expertos recomiendan intensificar las campañas de ahorro, sustituir las industrias que hacen un uso más intensivo del agua y aplicar la irrigación por goteo. Más recetas: aprovechar los caudales residuales –una vez regenerados– para ciertos usos y calcular los precios del agua para que sirvan como elemento disuasorio. Es la mejor manera de conseguir cerrar el grifo.
La importancia de cuidar la biodiversidad
La pérdida de hábitats, consecuencia de las múltiples actividades humanas (agrícolas, ganaderas, mineras o industriales), pone en peligro de extinción a un 11% de las aves, un 20% de los reptiles y un 25% de los mamíferos, según documentó a mediados de los años 90 la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Además de esa extinción de la fauna, la amenaza afecta a un 12,5% de las plantas.
La destrucción de la diversidad biológica priva de plantas y microorganismos que pueden ser clave para la obtención de alimentos o nuevos fármacos. La industria biomédica, por ejemplo, precisa y utiliza estos recursos genéticos naturales –a veces conservados y usados como medicamentos tradicionales en países del Tercer Mundo– e incluso se apropia de ellos con patentes para comercializar luego sus medicamentos. El convenio de Biodiversidad obliga a las multinacionales a repartir una parte de los beneficios con las naciones que han contribuido a conservar este patrimonio genético
Cada conferencia de la ONU sobre el clima es más importante
El planeta se somete a un nuevo y decisivo examen ambiental en cada conferencia de la ONU. Decenas de jefes de Estado se reúnen para evaluar el cumplimiento de los compromisos contraídos entonces, pero el sentimiento más común ante cada encuentro se parece a la sensación que experimenta un alumno cuando se presenta a un examen de septiembre con poca confianza porque no ha acabado los deberes.
Río de Janeiro fue el primer indicio de que se podía aplicar una gestión más sostenible en el planeta, pero los deberes de entonces siguen pendientes en su mayoría ya desde entonces. En Río se aprobaron los convenios de cambio climático y de biodiversidad, y los estados se comprometieron a impulsar programas en favor del medio ambiente en todos los campos de actuación. Lo mismo en París y Chile.
Pero esos compromisos han derivado en resultados muy desiguales. El convenio de cambio climático se concretó en el protocolo de Kioto (1997), cuyo objetivo consiste en que las naciones desarrolladas hubieran reducido en el año 2010 un 5% de las emisiones de gases que provocan efecto invernadero que efectuaban en 1990. Nada se ha cumplido.
Pese a que Estados Unidos no está por la labor, la mayoría de los estados acuden a cada conferencia sobre el clima con la esperanza de reunir las firmas suficientes que permitan ratificar cada convenio y acuerdo alcanzado anteriormente.
Sin embargo, la negativa de Estados Unidos –país responsable del 24% de las emisiones de C0 2 del mundo– ha sembrado de nubarrones la lucha contra la principal amenaza que se cierne sobre el planeta: el cambio climático. La convicción del resto de los países es la evidencia más clara de que el impulso no se ha agotado. Ya en la conferencia de Río se produjo una inflexión, una primera toma de conciencia de que la dependencia de los combustibles fósiles (carbón y petróleo, fundamentalmente) comporta un modelo de desarrollo que se puede volver contra la humanidad, porque lleva puesta la fecha de caducidad.