En 1980 el atletismo era el deporte popular por excelencia en España. Todos los expertos en cuestiones de ocio aplicadas al deporte coinciden en señalar que correr era por aquel entonces la actividad que contaba con mayor número de practicantes.
Pero tuvieron que ser los norteamericanos los que, a través de programas en la televisión, películas en color, reportajes escritos o fotografías, explicaran a los españoles que el “Jogging” es un deporte tan válido como cualquier otro y al alcance de todos los bolsillos.
Al fin y al cabo, unas zapatillas, unos calcetines, un calzón corto y una camiseta no costaban por aquel entonces en más de 3.000 pesetas. Y gracias a los norteamericanos y a un Santana que un buen día descubrió el tenis, un Fernández Ochoa que explicó que esquiar es cosa fácil, un Ballesteros que dejó sentado que pasear por los campos de golf podía ser una conquista imperial la mar de sencilla, los españoles ahora se volcaron de lleno en el deporte.
Así pues, hoy en pleno 2019 este país está lleno de deportistas populares. Muchos pensaban entonces que para correr por la carretera de las Aguas, en la ladera del Tibidabo, o darle a la pelota de tenis en la pista del pueblo de veraneo no hace falta carnet oficial. Y se equivocan, pues si acudieran a sus respectivas federaciones tendrían un respaldo legal a su actividad, probablemente alguna ayuda económica y con toda seguridad una atención del Consejo Superior de Deportes que, a la vista de que las licencias federativas, crecían, incrementaría sus presupuestos.
El problema del deporte popular no estaba, así pues, en la adquisición de ropa y material deportivo. Los gran desalmacenes e incluso las tiendas especializadas se pusieron las botas desde hacía años y los ciudadanos acudían a esos centros a buscar lo que precisaban para practicar el deporte de cada día.
¿Era caro hacer deporte en España en la década de los ochenta? Ciertamente no era, lo que ocurre, sin embargo, es que faltaban entonces espacios preparados para practicarlos. Este campo del ocio deportivo existía como existe hoy, por otra parte, la falsa idea de que algunos deportes están vetados al ciudadano por ser de “élite”.
Nada más lejos de la realidad. Incluso deportes como la equitación son accesibles a todos los bolsillos porque para montar a caballo no era preciso comprar uno de estos animales: bastaba con alquilarlo. Y las botas, el pantalón y el casco no subían por aquel entonces de las 9.000 pesetas, siempre que el jinete buscara el material deportivo en grandes almacenes y dejara a un lado las tiendas caras.
Lo mismo se podía decir de deportes como el golf. Quizás fuera difícil el acceso a un club, aunque éstos se estaban abriendo más y más, pero el equipo mínimo de un golfista no superaba las 31.000 pesetas. Dentro de esta idea y dejando al margen el problema de dónde practicarlos, un ciudadano podía durante las cuatro estaciones del año practicar sus deportes favoritos.
Pongamos por caso el de una persona que tuviera cuatro actividades: esquí, caza, tenis y pesca submarina. A primera vista uno se podía poner las manos en la cabeza y afirmar que el presupuesto familiar se dispararía y los números rojos, al final de mes, saldrían por la ventana.
Si sumamos las cantidades del equipo y material para practicar estos cuatro deportes, el total ascendía sólo a 90.000 pesetas. Y era además un material y un equipo para toda la vida.