El primer hijo siempre genera alegría y expectación, pero también dudas e incertidumbre. Es sin duda, una nueva experiencia. Una experiencia que comienza con la explosiva energía, casi violenta, de un parto y que se prolonga por varios años en los que se mezclan aciertos y errores, y años de forzada improvisación en los que los consejos de otros pueden resultar tanto útiles como perjudiciales.
Nos encontramos ante una situación que para muchos es difícil de afrontar. Es un trío en el que todos son inexpertos: dos adultos que se enfrentan a un ser desconocido y un niño inerme que está en manos de dos personas que, nunca mejor dicho, han de hacer camino al andar.
Con una sabia mezcla de prudencia y audacia han de saber confiar en su propio sentido común y discernir qué es adecuado y qué no lo es. Siempre resulta tranquilizador el pensar que todos los padres han pasado por las mismas dificultades y, sin embargo, la humanidad sigue adelante.
De hecho, la naturaleza tiene sus propios sistemas de resolver esta difícil situación y ha creado la figura de la abuela, experta en estas lides y generalmente respetada por los jóvenes padres. Además de la abuela, la cultura occidental cuenta con la figura del pediatra que suele escuchar con simpatía las aparentemente banales, pero realmente importantes preguntas de los padres noveles.
Son muchas las preguntas de fácil respuesta para los que ya han pasado por la prueba de fuego de sacar adelante un primer hijo, pero representan una legítima preocupación para padres primerizos que intentan cuidar lo mejor posible a su hijo.
Por ejemplo, todos los recién nacidos estornudan con variable frecuencia y ello no significa que estén acatarrados: muchos recién nacidos normales manifiestan temblores de la barbilla al llorar sin que ello signifique que padecen de alguna enfermedad; es muy frecuente que tengan prolongados períodos de hipo que, a pesar de lo incómodo, es bien tolerado y no parece causar mayor molestia al recién nacido; la inquietud que manifiestan los lactantes en sus tres primeros meses de vida son bien conocidos como “cólicos del primer trimestre”.
En cualesquiera de estas situaciones por banales que parezcan a los ojos de los veteranos, es imperativo que los padres noveles aclaren sus ideas y no tengan el más mínimo reparo en preguntar a la persona que más confianza les ofrezca. Al recién nacido que llora dos horas y media después de la última mamada, ¿hay que hacerle esperar hasta que se cumplan las famosas “tres horas’ entre comidas?
El sentido común y el instinto maternal indican que no hay razón ninguna (salvo la artificialidad de unas normas irracionalmente estrictas) para hacer esperar a un lactante hambriento: darle de comer cuando lo pide es lo lógico.
¿Cuándo se puede comenzar a sentar a un lactante en una silla? La respuesta es de sentido común: cuando mantenga la cabeza adecuadamente y cuando se le vea cómodo en dicha posición. Encontrar esta aparentemente simple respuesta puede resultar difícil para unos padres que se plantean la posibilidad de que la posición vertical dañe la espalda de quien parece tan frágil.
Cómo preparar la primera papilla de verduras es un dilema culinario que nunca se planteará con el segundo hijo, pero si con el primogénito. Lo cierto es que no hay recetas únicas y las respuestas válidas verdaderas son muchas y muy variadas. Las cosas se pueden hacer muy bien de muy diferentes maneras. Una sensata abuela, un pediatra amigo y el sentido común que emana de la madre naturaleza son los mejores aliados de los recién nacidos padres.
En el blog de Pañalín puedes encontrar otras preguntas y dudas que se suelen hacer los padres primerizos. En este blog encontrarás toda la información que necesitas para afrontar esta nueva etapa de la vida, donde los hijos son los más preciado que un padre y una madre.