Niños atrincherados frente a un plato de verdura, o que sólo comen pescado envuelto en ketchup, que pueden tardar una hora y media en tomar un plato de sopa… Son situaciones que muchos padres pueden reconocer y que generan una gran cantidad de tensión.
El libro “¡A comer!” (Plaza & Janés), de la pedagoga y psicóloga Montserrat Doménech, ofrece soluciones para enseñar a los niños a comer bien, desde la premisa de que saciar el hambre es una necesidad fisiológica, pero comer bien y en el momento y en la forma adecuada es un hábito que hay que inculcar y aprender.
La autora propone inculcar este hábito con un aprendizaje que se apoya en el método del doctor Estivill para educar a los niños en el dormir bien y que se hizo muy popular. Paciencia, sentido común, optimismo, afecto y motivación en positivo, sin transmitir a los niños los nervios de los padres y sin dejar que manejen a los adultos a su antojo, son las partes más difíciles de un método muy sencillo.
Poner límite de tiempo al niño para comer
Se trata de poner un límite de tiempo al niño para que empiece a comer sin rechazar la cuchara y sin problemas. Si en ese intervalo no lo consigue, se le retira el plato, se le baja de la silla y se actúa como si ya hubiera comido, sin darle más importancia. Al cabo de tres minutos de “descanso”, se vuelve a empezar, con un intervalo de cuatro minutos, al que seguirá, si es necesario, cuatro más de “descanso”.
Los cinco minutos finales serán los últimos, y si en ese intervalo el niño tampoco ha querido comer, no se le dará nada más (sólo agua) hasta la hora de la comida siguiente. Todo ello debe hacerse sin riñas, culpabilidades o gritos. Sino transmitiéndole que tiene que aprender a comer bien, y que cada vez lo hará un poquito mejor. Ayuda el contar con unos objetos que el niño asocie a la comida (silla, vaso, plato), que siempre sean los mismos, así como un espacio fijo y horarios razonables.
En este libro se propone huir de los consejos bienintencionados que provienen de familiares, vecinas y amigas, así como de los trucos variopintos que se ensayan para que el niño abra la boca. Tanta variedad de posibles soluciones es contraproducente porque hace que el niño se sienta confuso y no distinga los roles ni los momentos para cada cosa.
Lo que no hay que hacer
- Obligarle a que se coma a toda costa el plato y la cantidad que quieren los padres. Si no ha comido cuando le tocaba, es mejor probar en otro momento. Tampoco hay que ponerle el mismo plato en la comida siguiente.
- Dejar que pique chucherías, bollería o patatas entre horas.
- Enmascarar con otros sabores.
- Obsesionarse con el tema o dejar que la comida sea el tema de conversación.
- Dejar que el niño vea a sus padres discutir por cómo deben enseñarle a comer. Verá ahí un filón para llamar la atención.
- Permitir que coma mirando la televisión o jugando con sus juguetes.
- Reñirle en la mesa. Una bronca hará que el niño relacione la comida con una sensación desagradable y tensa. Si no quiere comer algo, más vale reaccionar sin darle mucha importancia, pero transmitiendo la idea de que en la comida siguiente ya comerá un poco más.
- Comparar con hermanos, entrar en “carreras” constantes o decir “qué malo eres” o “estoy harto”
[columns size=”1/2″ last=”false”]Los trucos pueden ayudar en un momento dado a encontrar una solución temporal, pero no educan al niño en el comer bien.[/columns]
Educar en unos buenos hábitos para que el niño sea capaz de comer de todo y bien (aunque algunos alimentos sólo los tolere, porque no le gusten mucho, como nos pasa a los adultos) es más importante de lo que parece: muchos de los adolescentes y jóvenes que tienen trastornos de la alimentación han dejado temas relacionados con la comida sin resolver durante la infancia.
En la niñez se construyen los hábitos alimentarios, como todos los demás, y es el mejor momento para encauzarlos correctamente. La estimulación positiva antes, durante y al final de las comidas es determinante para afianzar el aprendizaje en el niño y enseñarle a comer bien.
Para recordar
- Ningún niño se muere de hambre si le ponemos comida a su alcance a la hora que le toca comer.
- Los niños pueden comer de todo. Al margen de intolerancias o alergias, pueden probar cualquier tipo de alimento. Y que prefieran algún plato no quiere decir que sólo coman eso.
- Si los padres comen mal, no debe usarse como un pretexto para que el niño también lo haga.
- Establecer una rutina, con un espacio agradable y horarios fijos para comer.
- Empezar con objetivos pequeños y, así, conseguir conquistas duraderas.
- Combinar en el mismo plato algo que le guste con un poquito de otro alimento que no le guste o nuevo y aumentar poco a poco esa novedad.
- Conviene descartar que el niño no come por algún trastorno alimentario o de salud. El pediatra determinará si es ese el problema.