La salud mental constituye en la actualidad una de las prioridades para los gobiernos de los países desarrollados, y en España esta prioridad ha cobrado fuerza tras la Covid-19. El aumento de los trastornos mentales transitorios entre la población, el riesgo creciente de marginación de las personas que padecen alteraciones mentales severas y la necesidad de trabajar por el mantenimiento y fomentos de la salud mental colectiva, ha obligado a los gobiernos a tener un especial cuidado en esta especialidad médica.
Hasta ahora, una de las principales preocupaciones de las instituciones que prestan servicios en el ámbito de la salud mental ha sido sustituir y resistirse a la marginación y olvido del colectivo de personas afectadas, con una especial y admirable actitud de servicio.
Pero hace falta mucho más para abordar los problemas de salud mental, como dotar de personal adecuado y de recursos a esta especialidad médica e ir produciendo un proceso de integración mutuo con el resto del sistema sanitario. Contar con el especialista en salud mental adecuado es clave para que muchas personas puedan superar su problema de salud mental de una manera adecuada.
El papel fundamental de las familias
El compromiso de las familias en el tratamiento de los enfermos mentales es uno de los hechos más cruciales en la historia de la enfermedad mental y su tratamiento. El miedo es el obstáculo diario que dificulta instrumentar un sistema ágil y eficaz para tratar a estas personas. La sociedad rechaza al enfermo mental, de ahí que los círculos familiares se conviertan en el pilar fundamental para las personas con algún problema de salud mental. En España, al menos el 60% de enfermos está al cuidado o vive con su familia.
Los nuevos pacientes, generalmente jóvenes, significan un reto para quienes les atienden y sus familiares. En España, un tercio de los pacientes de entre 18 y 35 años vive con su familia sin independencia económica. Un 46% de ellos sufre esquizofrenia y un 36% padece algún trastorno de la personalidad. Suelen estar poco integrados tanto social como laboralmente y su situación sugiere la conveniencia de residencias de crisis, de centros de larga estancia y acudir a un Centro terapéutico de Salud Mental con frecuencia. Las familias y los círculos cercanos son clave para ayudar a las personas con problemas de salud mental a salir de esa situación.
La barrera entre la salud y la enfermedad
La barrera entre lo normal y lo anormal —entre la salud y la enfermedad— no siempre está clara en psiquiatría. Es ilustrativa al respecto una investigación que llevó a cabo David L. Rosenhan cuyas conclusiones fueron publicadas en la revista Science. La investigación consistió en el internamiento de personas sin problemas mentales, a los que Rosen llamó pseudopacientes, en varias clínicas psiquiátricas de Estados Unidos para ver si llamaban la atención como personas sanas y por qué.
El resultado abrumó al equipo de estudiosos al comprobar la poca atención que los sanos recibían, cómo eran tenidos por locos o pacientes auténticos y cómo la despersonalización era nota predominante. Tanto la normalidad como la anormalidad eran escasamente percibidas encarnadas en personas concretas y reales. Todos los pseudopacientes fueron diagnosticados de “esquizofrenia en remisión” y dados de alta, aunque la institución de todos modos no les consideró mentalmente sanos y opinó que nunca lo habían estado.
Más allá de la tendencia de creer enfermo a un sano, la clasificación psiquiátrica puede llevar a la distorsión. Los relatos de cualquier persona pueden ser interpretados con una significación tal que se haga coincidir con el desarrollo de una reacción esquizofrénica. Así sucedió en el diagnóstico de un pseudopaciente que había tenido relaciones cálidas y frías con su madre y su padre que se invirtieron de signo en la juventud y que fue tenido por esquizofrénico. La clasificación psiquiátrica crea expectativas tácitas de que una persona se siga conduciendo de acuerdo con su trastorno.