El agua es un recurso natural escaso, pero imprescindible y básico para la existencia de vida. En todos los seres vivos, el control del volumen y de la distribución de su capital hídrico se lleva a cabo adaptando la captación, la distribución y la expulsión del agua de la manera que resulte más eficaz para hacer frente a cada circunstancia concreta.
El hombre no es ajeno a esta dependencia, de manera que ha de contar también con una serie de mecanismos reguladores que controlen y posibiliten esta función de adaptación. Con la edad, el individuo se hace cada vez más vulnerable ante los diversos trastornos que amenazan su metabolismo hídrico.
El anciano, no sólo por la modificación de la sensibilidad de los receptores encargados de captar las posibles desviaciones en su hidratación, sino también por la disminución en su capacidad de respuesta ante tales anormalidades, está predispuesto a sufrir alteraciones relacionadas con su contenido en agua que pueden dar lugar a consecuencias patológicas graves.
El volumen de agua presente en el cuerpo humano varía según la edad y según los diferentes tejidos que se consideren. Por término medio, la proporción de agua en el organismo del anciano se sitúa en 65°: es decir, en poco más de 45 kilos para aquél que pese 70. El total de este volumen hídrico se intercambia y moviliza por todo el cuerpo con el fin de permitir funciones tan fundamentales como el transporte de sustancias metabólicas, de electrolitos y de elementos celulares o, incluso, la regulación de la temperatura corporal.
Mantener tal cantidad y función del agua no es simple. En los riñones, se filtran unos 170 litros de agua diarios. De ellos, aproximadamente 169 van a pasar de nuevo a la sangre. A parte de ese litro largo restante de agua que se elimina en forma de orina. se produce una pérdida adicional próxima a otro litro a través de la piel, pulmones e intestino.
Por ello, so pena de alterar el equilibrio del sistema, se de ben reponer, mediante la bebida, unos dos Iitros de agua diarios, dependiendo. por su puesto. de la actividad física realizada, del clima y de la edad de la persona. Cuando el balance entre la cantidad de agua tomada y la eliminada arroja cifras negativas, se produce la deshidratación.
Deshidrataciones
El agua del organismo puede encontrarse bañando las células o bien en el interior de ellas. El volumen dispuesto en cada uno de es tos compartimentos no es fijo, sino que es de pendiente de circunstancias tales como la concentración de sales dentro y fuera de la célula. La deshidratación siempre conlleva una disminución del volumen de agua extracelular, pero puede acompañarse, o no, de una variación en las concentraciones de sales yen la hidratación celular, por lo que no todas las deshidrataciones son superponibles.
En el anciano es muy frecuente un tipo de deshidratación causada por una pérdida de agua, excesiva pero poco aparente, a través de la piel (calor, sudoración y fiebre) o por hiper ventilación pulmonar. La falta de reposición de líquidos por deterioro del sentido de la sed o del nivel de conciencia es entonces la determinante del fracaso de la hidratación.
De ahí que muy especialmente en estas circunstancias se haya de procurar una suficiente ingesta de agua por parte del anciano y se tenga que prestar atención a la cantidad de orina emitida por este y se haya de valorar adecuadamente el volumen adicional de agua que pudiera llegar a eliminarse a través de las demás posibles vías.
Por supuesto que la prevención de la deshidratación es aún mucho más importante y compleja en los casos en los que se dan pérdidas hídricas elevadas y evidentes, como con secuencia de vómitos, diarreas, quemaduras extensas o toma de diuréticos. Sin embargo, en la práctica resulta siempre difícil llevar un control exhaustivo del balance hídrico.
Por ello, si, a pesar de estos cuidados el anciano está soñoliento o presenta cambios bruscos de carácter sin motivo aparente alguno, hay que reflexionar sobre si tendrá o no satisfechas sus necesidades de agua.