Uno de los rasgos que mejor caracterizan la mentalidad infantil es el egocentrismo. Los pequeños (antes de los 6 años) suelen ver el mundo desde su punto de vista y tienen serias dificultades para tomar en consideración el punto de vista del otro. Cuando juegan al escondite, el mero hecho de taparse los ojos puede ser una razón suficiente para que se consideren fuera de la mirada de sus compañeros (no ven a nadie, luego los otros no les ven).
Si han de contar las personas presentes alrededor de la mesa, se olvidan muchas veces de contarse. Al observar que la luna está siempre encima de ellos, aunque se desplacen, concluyen que la luna les sigue. Consideran que las personas de otros países son extranjeros, pero ellos, aunque viajen a otro país, nunca lo son.
Egocentrismo no significa egoísmo. Esta tendencia a juzgar y percibir los acontecimientos según el punto de vista propio no tiene nada que ver con la tendencia a querer disfrutar de las cosas buenas excluyendo a las otras personas. El niño egocéntrico no se da cuenta de que su modo de ver las cosas es único y personal; se centra en su punto de vista sin saber que los demás pueden tener puntos de vista diferentes al suyo.
Una de las pruebas clásicas que muestra esta dificultad es la de nominada “las tres montañas”. El niño tiene ante sí tres montañas de cartón y de diferentes colores; se le pide que escoja la fotografía que representa la visión de las tres montañas que tiene una persona situada en otro lugar (en frente, de lado). Antes de los 7 años, los niños tienen dificultades para escoger la foto adecuada; suelen escoger la foto que representa lo que están viendo y no lo que ve otra persona.
Psicología y egocentrismo
“Esta descripción de un niño egocéntrico incapaz de adoptar el punto de vista de otras personas ha sido, en parte, desmentida por los resultados aportados por la psicología evolutiva en los últimos años. Contrariamente a lo que se esperaba, algunos estudios han mostrado que niños muy pequeños (entre 2 y 4 años de edad) son capaces, a veces, de considerar el punto de vista ajeno”, afirman distintos psicólogos Madrid consultados.
Cuando quieren que un adulto les lea un libro y este adulto tiene los ojos vendados, le quitan la venda de los ojos. Si un niño de 4 años se dirige a otro más pequeño adopta un lenguaje distinto que si lo hace a un niño mayor. En estas situaciones, el niño toma en cuenta el punto de vista del otro y modifica su actuación adaptándola la otra persona. Sabe que si el otro tiene los ojos vendados no podrá leerle el libro y sabe que ha de darle instrucciones muy precisas para que le traiga un juguete.
Se da cuenta también de que la capacidad de comprensión de un niño de dos años es menor que la de uno de 8 y adapta su lenguaje a uno y otro. Todos estos ejemplos nos muestran que los niños pequeños no actúan necesariamente de manera egocéntrica. ¿Cómo conciliar entonces estos resultados con los primeros que nos daban una imagen diferente, más egocéntrica, del niño pequeño?
Si comparamos los primeros ejemplos con los recién comentados, vemos que las tareas que han de resolver los niños son de índole muy diferente. Las primeras son tareas complejas, exigen una respuesta muy elaborada y suelen ser situaciones inusuales para el niño. Es probable que en la tarea de las tres montañas el niño sepa que el personaje situado en otro lugar tenga un punto de vista distinto al suyo, pero ante la dificultad de escoger reaccione de modo egocéntrico eligiendo la foto que representa su punto de vista.
Las segundas son tareas ubicadas en un contexto comunicativo, exigen respuestas más sencillas y no significan una ruptura con el entorno familiar del niño. Este se da cuenta de que al tener los ojos ven dados el adulto jamás podrá leerle el libro, o que, si adapta su lenguaje a su hermano pequeño, éste le entenderá mejor. Ante la novedad y la dificultad, el niño tiende a reaccionar de manera egocéntrica.
Esta reacción podría ser abandonada en situaciones más familiares y menos complejas. Si el niño pequeño es egocéntrico según las circunstancias, es lícito preguntarse si los adultos pueden también presentar conductas egocéntricas. En las situaciones citadas, los adultos responden de manera adaptada y no egocéntrica. Pero si surgen situaciones nuevas, un adulto puede también mostrar una respuesta egocéntrica.
Pensemos en la difícil tarea de indicar a otra persona el mejor itinerario para llegar a determinado lugar. Muchas de las explicaciones que se dan en estas ocasiones no son lo suficientemente precisas para evitar la ambigüedad de una persona que no conoce, como nosotros, el camino.
Estos hechos no deben de conducir a pensar que la mentalidad infantil es idéntica a la de los adultos. Aunque ambos puedan ser egocéntricos en unas ocasiones y no serlo en otras, la mentalidad de los pequeños es diferente: tienden a juzgar la realidad basándose en las apariencias, difícilmente relacionan varias dimensiones entre sí y sus juicios son más cambiantes que los de los adultos. Todo ello hace que muestren conductas egocéntricas con mayor frecuencia que los adultos.