Hay una civilización atrapada dentro de cada juego de mesa. Los tableros y sus reglas son el mejor ejemplo de cómo los juguetes y el juego concentran los valores de la sociedad que los crea. Cada una diferente, pero al final, todas dejan la misma huella en los jugadores que se atreven con sus fichas.
Aunque la mayoría de los juegos de mesa son un poco complicados para niños menores de cinco años, la cosa puede ir bien si el adulto les acompaña y les ayuda a moverse por el tablero. Aquí está su primer valor: la sociabilidad. Además, permite que varias generaciones hallen un punto en común y se diviertan juntas.
[columns size=”1/2″ last=”false”]Cuando los niños empiezan a jugar a juegos de mesa, es mejor que lo hagan junto a un adulto[/columns]
El juego deja así de ser sólo para niños, y es que en su origen los tableros estaban pensados para personas mayores. El Real Juego de Ur –uno de los juegos con tablero más antiguos del mundo– se puso de moda hace 4.500 años en la ciudad sumeria que le da nombre –la Ur bíblica de los caldeos– entre la clase alta.
Los niños estaban vetados en las partidas. Lo mismo ocurría con el Wari, uno de los muchos juegos –conocidos generalmente como mancala– propios de sociedades agrícolas. En el Wari se escenifica la lucha entre dos campesinos que pretenden arrebatarle las tierras a su rival, vendría a ser el Monopoly en versión rural.
Todavía se practica en África y se ha democratizado a todas las edades. En cambio, no ha sabido extenderse entre sexos. Mujeres y hombres lo juegan, a menudo, separados –en algunos lugares el hombre que pierde al Wari ante una mujer se arriesga a recibir una paliza–.
El parchís o la oca estuvieron alejados de las manos más pequeñas cuando nacieron hace siglos. Por ejemplo, el impulsor de la oca fue el florentino Francesco de Medici, que consiguió que el juego triunfase en toda Europa durante el siglo XVI. El tablero de la oca se convirtió en una meditación sobre la vida misma y llegó a ilustrar temas políticos como la Revolución Francesa o la primera Guerra Mundial.
Ahora, el juego es más estándar, mientras que el parchís –venido de la India– se ha quedado más o menos igual desde hace siglos. Las sociedades modernas también han inventado sus propios juegos de mesa, como el Monopoly –que ya tiene 72 años– y el Trivial –nacido en 1982–. Algunos han criticado al Monopoly por fomentar el capitalismo salvaje, Pero no hay nada de malo en jugar al Monopoly, es normal que a la gente le encante ganar y desplumar a los otros, porque saben que es sólo un juego.
Es otro de los puntos positivos de los juegos de mesa. La competitividad se acaba cuando el tablero se guarda y el niño aprende a separar los momentos de ocio y las situaciones que se organizan fuera de la realidad. No sólo eso, también enseñan a asumir reglas, a concentrarse, a crear estrategias y a aprender que hay cosas que se escapan de las manos porque se las queda la suerte.