Algunas personas que ven dibujos animados pueden sentir excitación sexual. Esto es un hecho. Teniendo en cuenta lo lejos que hemos llegado en esta cultura basura de fanáticos de las minorías, esto puede parecer extraño, pero no carece de lógica. De hecho, en este momento del siglo XXI, la cultura basura ya no es basura, y nuestros fanáticos se han convertido en expertos en fenomenología mutacional. Volviendo a lo de antes: ¡la animación es genial!
En el libro Deviant desires. Incredibly strange sex (Juno Books, 2000), va más y más allá del deseo, donde se dedica a lidiar con todas las desviaciones imaginables en la comedia erótica, revisando a los “pervertidos”, es decir, aquellos que están disfrazados de peluches o El comportamiento sexual de personajes de dibujos animados antropomorfizados. Sexo entre ellos. Los fanáticos de los cómics también esconden gourmets de “dibujos animados” realmente arriesgados.
Basta con darse una vuelta por Internet para descubrir miles de páginas web especializadas para ver hentai en línea, que es el término que engloba al manga y al “anime” de temática erótica o pornográfica.
Un sinfín de imágenes se caracterizan por conservar la especial belleza del manga y los dibujos animados japoneses: adolescentes con rasgos ingenuos y ojos grandes, órganos sexuales excesivos (según se revisen los gráficos), líneas dinámicas muy evidentes y arriesgadas. El color romántico-kitsch sube de tono.
En las galerías hentai se lleva mucho el sadomasoquismo “light”, aunque las lolitas con grandes pechos siguen siendo el trofeo más codiciado por los adictos veteranos. La última sensación en materia de sexo animado lleva el sello de la productora Private. Según sus promotores, se trataba de la primera película X de la historia del cine enteramente generada por ordenador (con técnicas digitales en 3-D).
El estilista bizarro Michael Ninn, autor de títulos de culto en el género como “Shock, latex, diva” y sus múltiples secuelas, figura como director del invento. Barbara Brown es la autora del guión, protagonizado por unos afroamericanos –Darrell “the Black Bone” Johnson y Chlovee “the Curve” Crawford– que buscan financiación para rodar un filme porno. La única persona que parece dispuesta a ayudarles es la jefa mafiosa Big Mama, una gorda repelente que les pide sexo a cambio de la pasta que necesitan.
Enseguida se unen a la fiesta varios sementales cachas, un par de “barbies” neumáticas y un enano superdotado que responde al apodo de “Biggy Small”. ¿Que si funciona? Sí y no. Las escenas “hardcore” tienen una especie de textura gomosa que descoloca; los pechos de las chicas, más grandes que sus propias cabezas, poseen vida propia, y a los penes sólo les falta hablar. Por lo demás, después de 65 minutos de meter y sacar al estilo “2funky4U”.