La dislexia dificulta el aprendizaje de entre el 5 y el 15% de los niños, pero la mayoría de ellos no recibe la ayuda adecuada, simplemente cargan con la etiqueta de ser malos estudiantes. En las escuelas españolas y en cualquier colegio privado internacional en Madrid o otra gran ciudad de España, podría haber un niño con dislexia en cada clase.
Así se considera extrapolando diversos estudios epidemiológicos hechos en diferentes países y que concluyen que entre el 5% y el 15% de las personas sufren este trastorno que tiene una base neurológica y genética. La dislexia es, por tanto, un trastorno más frecuente de lo que se cree. Consiste en la dificultad en el aprendizaje de la lectura y la escritura, que son herramientas básicas para la enseñanza y para aprender.
Muchos de los niños que la padecen a menudo pasan a engrosar las cifras de fracaso escolar, cuando, en realidad, si se detectara bien y a tiempo, este fracaso escolar podría evitarse. La mayoría de los niños disléxicos no está diagnosticada o lo está muy tardíamente. Las personas disléxicas tienen un nivel de inteligencia normal y todo parece ir bien hasta que llega la hora de aprender a leer y escribir. Durante la escolarización primaria les cuesta leer, lo hacen lentamente y con dificultades. A pesar de esforzarse mucho, a menudo los padres o los maestros les tachan de perezosos, de que no se fijan o de que leen poco.
Progresivamente aparecen la frustración, baja autoestima y falta de motivación
Cuando llegan a la escolarización secundaria, donde hay que tomar apuntes y no se puede aprender tanto “de oído”, a menudo se estrellan en un suspenso tras otro. En un estudio que hicieron en Estados Unidos con miles de adultos con historia de fracaso escolar, el 80% eran disléxicos. Y se cree que aproximadamente el 70% de los niños disléxicos tienen un familiar (padres, hermanos) afectado.
En la dislexia el problema está en la mecánica de la lectura: normalmente, para identificar una palabra escrita la descodificamos en pequeñas partes (letras, sílabas). Este proceso cuesta mucho al principio del aprendizaje, pero luego se automatiza para siempre. El niño disléxico puede comprender lo que lee, pero tiene muchas dificultades para realizar esa descodificación automatizada. Por eso no llega a tener una lectura rápida y fluida. Es como al que no se le da bien la música: aunque practique mucho, mejorará, pero nunca tendrá esa habilidad natural. Lo mismo vale para la dislexia: es una no habilidad para la lectura y la escritura. La diferencia está en la gran repercusión que esta falta de habilidad tiene para el aprendizaje.
El poco conocimiento del tema provoca más dificultades en la escuela, algo que se complica en niveles superiores y que puede incluso afectar a la hora de realizar estudios de bachillerato internacional.
Por ejemplo, si un niño es ciego, se le ofrece un instrumento de enseñanza que le servirá para aprender, el Braille. Si un niño es cojo, se acepta que nunca podrá correr tan rápido en las pruebas de atletismo de la escuela. Pero si le cuesta leer y escribir y hace muchas faltas de ortografía, a menudo se dice que es un niño listo, pero que se distrae mucho o que si quisiera podría… Se le hace un juicio de valor en vez de investigar por qué no puede hacer eso bien. Tiene un problema específico, entiende todo, como sus compañeros, pero no le va bien cuando tiene que leerlo o escribirlo. Por eso tiene que encontrar trucos para aprender, porque necesita una enseñanza a su medida, como su Braille particular.
El niño disléxico y su entorno (especialmente, padres y profesores) deben saber convivir con eso, porque nunca desaparecerá, y compensar la dificultad para que no se traduzca en un bajo rendimiento escolar. El desconocimiento de los profesionales y la poca flexibilidad del sistema educativo entorpecen más el progreso del niño que el propio trastorno. Si el entorno del niño comprende sus dificultades, no es difícil ayudarle. Nunca es tarde para ayudar a una persona disléxica, y un enfoque educativo correcto siempre dará buenos resultados.
Cómo conseguir que les salga bien
La dislexia es un trastorno neurológico, no tiene ninguna base emocional ni psicológica. Por tanto, lo efectivo es la reeducación y que el entorno educativo facilite el progreso de estos niños: que no le hagan leer en público, cosa que sólo provocará las burlas de compañeros; que cuando sea mayor tenga más tiempo que los compañeros para estudiarse los textos; que se complete la valoración de sus conocimientos por vía oral y no sólo con exámenes escritos, para los que necesita más tiempo y en los que no habría que penalizar la ortografía…
El niño disléxico aprende mucho por la vía del razonamiento, propiciándole un buen desarrollo del lenguaje oral y reeducándolo con terapeutas en el leer y escribir. Y recuerda que cuando más precoz es el diagnóstico, mejor, porque lo peor del trastorno no es la dificultad en sí, sino cómo afecta al niño en el ámbito social, ya que llega a tener auténticos traumas. Desde el principio, la reeducación en la lectoescritura, que se consigue con diferentes métodos y con un buen entorno familiar y escolar, da buenos resultados.
El tratamiento reeducativo debe partir de que la dislexia es un trastorno del lenguaje. En los últimos años han proliferado muchas técnicas de tratamiento sin ninguna base científica ni eficacia probada. A partir de los 10 años aproximadamente el trastorno del disléxico variará poco, pero después es igualmente importante hacer un seguimiento acorde con sus necesidades en cada etapa de la educación.
Por ejemplo, cuando sea más mayor se le puede iniciar en un buen programa procesador de textos con un buen corrector ortográfico, que le facilitará cualquier trabajo o estudio… Los expertos consideran que es fundamental que exista una buena coordinación entre los profesionales de la reeducación, la escuela y la familia. Tan importante es el trabajo individual con el niño como el asesoramiento a los profesores