¿Qué hay que enseñar? Cuando a John Dewey, eminente filósofo y educador, le hicieron esta pregunta, contestó: “mirad la realidad”. Su respuesta, en aquel momento, quería significar el creciente divorcio de la escuela con la realidad. Hoy las cosas no han cambiado sustancialmente: tenemos una escuela pensada en el siglo XIX, con un profesorado formado en el siglo XX y con un alumnado al que hay que educar para el siglo XXI.
¿Qué hacer para superar este eterno desencuentro? En este apretado decálogo de urgencia sugerimos algunas pistas tanto para reflexionar como para actuar, y que hacen muy bien en alguno que otro colegio privado internacional en Madrid.
Hay que preguntarse qué conocimientos y competencias necesitará la futura ciudadanía para afrontar dignamente los retos culturales, sociales y laborales de este año 2021 y los próximos. Ello requiere un debate público y social, más allá de los gremios académicos que sólo tratan de defender y ampliar los contenidos de su propia asignatura. Además, cuando se establecen relaciones entre diversos saberes y disciplinas, con propuestas donde el conocimiento se integra y globaliza, se comprenden mejor los fenómenos naturales y sociales. ¿Por qué entonces continuar con el conocimiento troceado en asignaturas?
Por otro lado, vivimos tiempos acelerados. Los planes de estudio cada día están más sobrecargados. Para el profesor, lo importante es terminar la materia. Para el alumno, aprobar. Poco importa lo que realmente se asimila y se aprende, algo que requiere tiempos más sosegados para afianzar lo que penetra en la mente.
Por su lado, el dominio del lenguaje es fundamental para el acceso y la comprensión de cualquier tipo conocimiento –humanístico, científico y tecnológico– y para las diversas formas de comunicación. Por eso todos los educadores son profesores de lengua. ¿Qué sentido tiene aprender sólo con libros de texto cuando la sociedad está llena de otros materiales y lenguajes? Los centros deben disponer de bibliotecas-centros de recursos, con variedad de textos, imágenes y tecnologías, más aún si se va a un centro para estudiar bachillerato internacional.
No debemos olvidar, que no hay educación sin un clima de convivencia democrática. Algo que se logra intensificando el diálogo y las relaciones educativas entre los diversos actores y con medidas de prevención: para evitar que los pequeños problemas aumenten y se desborden.
También es cierto que faltan referentes éticos y morales. Los Derechos Humanos, si se trabajan a fondo, son una excelente carta de navegación. Ahí se condensan derechos, normas y responsabilidades, tanto individuales como colectivos. Se precisa también una dignificación de la profesión docente. También una mejor formación cultural y pedagógica que le permita orientar al alumnado en la selección y buen uso de la información para acceder al conocimiento y al pensamiento.
La institución escolar requiere la complicidad y colaboración de la familia y de otros agentes que intervienen en la socialización de la infancia y la juventud. Y las políticas educativas han de articularse con las políticas sociales y culturales. Las reformas educativas proponen cambiar muchas cosas, pero, en la práctica, casi nada se modifica. Quizás habría que hacer al revés: legislar poco para cambiar mucho. Al menos algunas de las cosas que proponemos u otras que se consideren básicas.
En fin, la infancia y la educación han sido, desde los griegos, uno de los ámbitos medulares en todos los procesos a través de los cuales una cultura ha reflexionado sobre sí misma. Por este motivo, son inagotables. Por este motivo, también, siempre serán polémicos, contradictorios, paradójicos de forma esencial. Últimamente, los debates en torno a la infancia y la educación han quedado punteados por algunas cuestiones de extrema actualidad que, puestas juntas, permiten reabrir el debate con nuevos ingredientes y, tal vez, con nuevas perspectivas.